LA BELLEZA OCULTA DE LOS ESPACIOS
A pesar de todas las entrevistas leídas y de ser una seguidora, desde hace años, de su trabajo—Lacaton y Vassal siempre sorprenden—, tengo que reconocer que esta exposición me ha hecho reflexionar. El edificio lleva otra firma; no obstante, pasear sus salas, deslizarse por los proyectos expuestos en sus paredes, te hace ver e, incluso, sentir el espíritu de su obra como si fuese tangible.
Bajos sus tres premisas espacio libre, transformación y habiter (habitar o habitable) han sido capaces de desarrollar 30 años de arquitectura, de diseño, de creación, de sentimientos,… La exposición hace referencia a estos tres aspectos; utilizándolos como guía para enmarcar sus diferentes trabajos.
Primero nos muestran como usan el espacio libre en sus proyectos (viviendas particulares, edificios públicos, edificios privados,…) para después presentarte esos mismos proyectos desde el concepto de la transformación. La información, imágenes y planos se exponen en abundancia, embriagándote a cada paso que das, a cada línea que lees… Y cuando crees que ya no puede haber más, llega habiter. Un espacio para estar y reposar, donde las barreras no existen; un espacio en el que desaparecen los obstáculos, y si no fijas la atención, ni si quiera las personas parecen estar.
La propuesta es embriagadora: respira y cierra los ojos. Sigue respirando. Todavía no los abras; respira un poco más. Ahora, ¿lo notas? Esa sensación es habiter, es un pedacito del trabajo que estos dos arquitectos, grandes ya antes del premio Pritzker, han dejado para nuestro disfrute en la Fundación OICO de Madrid. Es algo que no se puede explicar con palabras hay que vivirlo. Proyectadas en las paredes de habiter — orgullo de meses de trabajo y esfuerzo— se pueden ver pequeños fragmentos de la vida cotidiana de las personas que viven en sus edificios. En definitiva, añorar el alma que respiran.
“Hay que encontrar la riqueza invisible en los lugares con problemas. Transformar, mejorar, para intentar mostrar la belleza oculta que poseen”. Jean Philiph Vassal.
En su afán por transformar los espacios en vez de demoler y levantar, han conseguido hacer obras maestras de edificios que todos consideraban obsoletos. Esto me hace pensar en un post que escribí sobre los edificios en desuso ¿Serán ellos capaces de dar a nuestras iglesias un futuro? ¿Serán Lacaton, Vassal y su movimiento los pioneros que esperábamos? Defensores de la menor agresividad con el entorno — ya sea naturaleza o asfalto—, mantienen un diálogo abierto con el respeto que deriva en sostenibilidad pura y dura. Su actitud nos obliga a la reflexión; todos los profesionales del sector (arquitectos, diseñadores, ingenieros, aparejadores, etc.) deberíamos preguntarnos: ¿está, realmente, justificado, el exceso de materiales que usamos, los árboles que talamos, la naturaleza que dañamos? En la misma línea, y atendiendo al despilfarro que supone: ¿es objetivo que traigamos baldosas desde la otra esquina del mundo en vez de cuidar a los artesanos de nuestro entorno? Sin pretender hacer de menos el trabajo realizado, bien vale una reflexión su planteamiento.
Web: arquine.com
Yo empiezo por entonar el mea culpa. No es descabellado en este momento de la historia en el que el cambio climático está a la orden del día, en el que la tecnología se desarrolla más rápido que las personas, en el que el mundo gira y gira y nadie sabe a dónde va, anclarnos y mantener el sabor de aquello que nos conecte a nuestra esencia de personas. Todos tenemos guardadas en un cajón las fotos de nuestros antepasados, las ropas de nuestros hijos, los recuerdos de aquel viaje… Si guardamos todo eso ¿Por qué no guardar la casa en la que vivimos, el colegio al que fuimos cuando éramos pequeños, el parque en el que juegan nuestros hijos,…? Somos nosotros los que debemos elegir entre recordar u olvidar.
En un momento en el que parece que nuestros edificios están llenos de materiales modernos, grandes estructuras, llevando al límite las leyes de la física, es curioso que se les haya dado el premio de mejores arquitectos a unas personas cuyos proyectos destacan por la sencillez y la austeridad, donde conceptos rudimentarios como un invernadero o un cerramiento de policarbonato son los protagonistas.
“No es verdad que la arquitectura tenga que ser complicada y que la simplicidad sea indígena”. Lacaton y Vassal.
El concepto de simplicidad encuentra, el siglo pasado, ecos en la personalidad de Mies van de Rohe. Sin embargo, nuestros protagonistas han ido un poco más lejos. Inspirándose en este gran arquitecto, han llevado la sencillez tanto a los espacios como a los materiales. Una sencillez global. No es solo un “menos es más”. Hablamos de fluidez. De una libertad para el espacio que permite el movimiento de las personas, el disfrute puro del mismo, sin sujetarlo al uso. Un espacio para bailar, llorar, gritar, reír. Los materiales serán los que cumplan el objetivo. El límite lo pone la imaginación.
La historia se ha escrito alrededor de diferentes movimientos; el barroco, el racional, el modernismo son ejemplo de ello. Movimientos que marcaron tendencia y dirección de cambio. Tras la visita a la exposición, y la experiencia reveladora vivida de mano de estos dos innovadores, la pregunta que me hago es: ¿Es posible que nos encontremos ante el resurgir de un nuevo movimiento? Un movimiento que eleva a dogma la sencillez; que transforma en arte la comodidad; que devuelve el espacio a las personas.